sábado, 25 de mayo de 2013

Aprendiendo...

Fue una vida cualquiera, como cualquiera la hubiera tenido
Tuvo sus momentos, sí, como cualquiera los hubiera tenido.

Que gracioso fue el infante, tan tímido, y a la vez, tan desinteresado,
la vida iba y venía, y absolutamente nadie sabia lo que pensaba,
reservado, introvertido, nadie le enseñó, así nació.
Parece que la represión de sus instintos fue la manera más fácil de educarlo.

Él ya ha crecido, y lo que más recuerda de su pasado es su manera de ser,
hay recuerdos muy interesantes, ¿quién sospecharía que a tan joven edad él quería ya entregarle su vida entera a una persona cuya sonrisa le llenará de ánimo?
Nunca, nada sucedió, jamás con nadie pensaba. Las amistades, socialmente, nunca hubo nada interesante, lo mismas historias de enamorados que con impaciencia desconocen el amor y sus consecuencias, como jugar con fuego.
¿Qué puedes esperar de alguien que siempre ha tenido la paranoia de que la soledad lo persigue?
Siempre ha buscado refugios: los libros, lo cuentos, las películas, la música, y el amor; ese fue el error.
Nadie le enseño que el amor no es un refugio de la soledad, quizá sea refugio para aquellos inadaptados que valientemente han soportado las catástrofes que creo el ser humano; imaginó que el amor, siendo un sentimiento, no habría razón para rechazarlo, simplemente no puedes rechazar reír de felicidad, o llorar de tristeza, se da, es algo natural, se decía -no sé que tenga de bueno, pero algo bueno he de tener-.

Tal vez pasa que era un hombre débil, tan cobarde, un corazón muy grande para una mente tan oscura, o de tantos miedos que su miedo principal era ver terminar las cosas, creyeron que era perseverante y nadie noto que sólo seguía lo seguro. Piensa hoy en día, que tampoco nadie le enseño a odiar, eso también lo aprendió por sí solo.
Un día, de una vida como cualquier otro la hubiera tenido
Un día en el que pudo tener momentos felices como cualquier otro día hubiera tenido
Parece ser que al despertar, ese pequeño lapso antes de abrir los ojos y después de darte cuenta que la realidad está ahí, la soledad le susurró en el oído -Te tengo-
Y así, sin más tardanza, él aprendió a odiar...